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25 de Noviembre

 

“Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza: se acerca su liberación”.
 (Lc 21, 28)

 

El evangelio nos desvela hoy el sentido de nuestra esperanza; para el cristiano la esperanza no es un buen deseo o un optimismo ingenuo, sino una espera ferviente y gozosa de que el misterio de Dios en el cual ya vivimos, culminará en plenitud de vida y felicidad: el Señor vendrá y nos llevará consigo.
Sí! Esperamos la venida del Señor que se acerca a nosotros cada día más; y estamos seguros de su triunfo definitivo sobre el mal. Jesús nos lo asegura cuando después de hablarnos de desolación, muerte, angustia y ansiedad, nos invita a levantarnos y a erguir la cabeza porque el Señor está llegando revestido de gloria y majestad para introducirnos en su Reino; Él es nuestra liberación y dicha sin fin.
Pasar de la angustia al gozo pareciera imposible. Pero si cada día vivimos en la presencia del Señor, su venida será como una explosión de gozo que nos introducirá en su gloria. Allí ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor, sino paz, consolación y gozo para siempre.

Reflexionemos:

¿Albergo en mi corazón esta esperanza? ¿La alimento en los momentos de dificultad?

 

Oremos:

Gracias Señor por permitirme comprender que en medio de las atribulaciones, tu palabra mantiene viva mi esperanza y me alegra el corazón. Contigo la esperanza nunca muere. Tú eres mi Señor y Salvador. Amén.

 

Recordemos:

“Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad”.

 

Actuemos:

En los momentos de incertidumbre y confusión pienso en el paraíso que me espera.

 

Profundicemos:

“Las promesas del Señor son como las estrellas, entre más oscura es la noche, más fuertemente brillan”. David Nicholas ( Libro: «maravillosos protectores celestiales») Efraín Marín Aristizabal.

 

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