3 de Abril

«El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra«

(Juan 8, 1-11)

 

Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida.

El evangelio nos muestra al vivo la sabiduría de Cristo Jesús nuestro incomparable maestro. hoy le encontramos enseñando en el templo y todo el pueblo se ha congregado para escucharlo. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, le recuerdan que la ley manda apedrearla hasta que muera, y para ponerlo a prueba le piden que se su veredicto.

Jesús responde con un gesto: se inclina y escribe en el suelo; y como los acusadores exigen la respuesta, Él les responde diciendo: «el que este sin pecado tire la primera piedra» , y se inclina de nuevo. Los acusadores se van retirando uno a uno: Jesús levanta la mirada y al ver solo a la mujer ante Él le dice: ¿nadie te condeno? Tampoco yo te condeno; vete y no peques más.   

 

Reflexionemos:

La actitud y palabra de Jesús nos dejan muy claro que Él condena el pecado, pero tiene misericordia con el pecador. Si! Jesús vino a liberarnos del pecado, pero no a fuerza de leyes y violencia, sino con el amor y la misericordia. ¡Que lindo ver cómo a los acusadores nos salva de la presunción y a los que nos sentimos pecadores nos libra de la muerte para que al convertirnos seamos felices Señor Tú comprendes a fondo nuestra fragilidad humana.   

  

Oremos:

 Gracias Jesús por tu compasión y tu ternura, ayúdanos a reconocer nuestro pecado para que llenos de confianza acudamos a Ti fuente de perdón y misericordia. Amén 

 

Recordemos:

«Maestro, a esta mujer la sorprendimos en el momento mismo de cometer adulterio. Y en la ley nos mando Moisés que a esas personas hay que darles muerte apedreándolas, ¿Tú que dices?». Esto lo decían para ponerlo en dificultades y tener de que acusarlo.

 

Actuemos:

Cuidare los pensamientos y sentimientos de mi corazón para no juzgar ni condenar a nadie porque también yo soy frágil pecador.

 

Profundicemos:

Tanto los acusadores como la mujer acusada experimentaron la misericordia de Dios. Los acusadores comprendieron que quien acostumbra levantar el dedo para señalar el pecado de otros es una persona que también necesita de la misericordia de Dios, y que por eso no debían actuar con presunción y sin misericordia con el prójimo.    

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