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4 de Julio

“¡Animo, hija! Tu fe te ha curado” 

(Mt 9, 22)

 

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Tener fe no se reduce simplemente a rezar como hemos aprendido de pequeños, ir a misa o cumplir con ciertas prácticas religiosas. Tener fe implica ante todo una experiencia de encuentro con Jesús, que cambia la vida y nos lleva a creer que solo Él, es capaz de realizar en nosotros aquello que más necesitamos. Tal como lo experimentan en el evangelio de este día el padre de la niña enferma y la hemorroisa. Dos realidades de dolor y sufrimiento que mueven a sus protagonistas, a buscar el auxilio de Jesús, cuando ya todo parecía perdido. Dos historias que nos muestran una fe fuerte, madura, audaz, capaz de superar todos los obstáculos, incluso la muerte.  Aprovechemos esta jornada para contemplar la manera como vivimos nuestra fe y reconocer aquello que más necesitamos, para fortalecerla.

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Reflexionemos: ¿Qué enseñanza nos deja la fe del papá de la niña enferma y de la hemorroisa?, ¿cómo podemos fortalecer nuestra experiencia de encuentro con Jesús?

 

Oremos: Danos, Señor, una fe capaz de superar nuestros propios miedos e imposibles, para reconocer que todo lo podemos en ti. Una fe intrépida y audaz, que nos mueva a buscarte e interceder por la vida de los demás. Amén. 

 

Recordemos: La fe no se reduce solo a una creencia, sino a la relación que vivimos y alimentamos cada día con la persona de Jesús.

 

Actuemos: Imaginemos de nuevo la escena del evangelio de este día, y tomemos el lugar del papá de la niña enferma y el de la hemorroisa: ¿con cuál de estas dos experiencias de fe nos identificamos?, ¿qué nos dicen las palabras que Jesús dirige a ellos?

 

Profundicemos:

La fe crece y madura en el encuentro cotidiano que vivimos con Dios en la oración (Libro: La oración. El respiro de la vida nueva).

 

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