5 de Abril

“Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entenderán quién soy yo”

(Juan 8, 21-30)

 

Permitamos que la Palabra del Señor toque nuestra vida

Negarnos a la presencia Divina, es negarnos a la vida en plenitud. En el Evangelio de Juan, Jesús sigue hablando a los judíos y les hace ver su falta de fe para acogerlo como el enviado del Padre de quien nace toda vida.

“Yo me voy, y me buscarán, pero morirán en su pecado” Comprender que Dios está a nuestro lado, es abrirnos a la experiencia fundante del amor trascendente, que se nos comunica en la persona de Jesús, quien mantiene su identidad Humana-Divina y como lo hizo Dios con el pueblo de Israel (cf Ex.3,14) vuelve a revelar su nombre “Yo soy” El enviado del Padre, quien nos da a conocer el proyecto salvador; quien viene a liberarnos del pecado y de la muerte eterna.

Por tanto creer en Jesús es confiar, es escuchar atentamente su Palabra, dejarnos abrazar por ella y abrir el corazón a la voz de Dios para realizar lo que él espera de nosotros. Saber ver desde la profundidad del ser. “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entenderán quién soy yo y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que digo lo que me enseñó mi Padre. El que me envió está conmigo, y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada”

 

Reflexionemos:

Preguntémonos: ¿Quién es Jesús para mí?, ¿Le doy al Señor la posibilidad de trasformar mi vida a través de su Palabra?

  

Oremos:

Señor, dame la gracia de comprender que sin ti mi vida se queda vacía. Sin tu presencia soy nada, porque lo efímero, fugaz y placentero arruina mi alma. Tú eres mi esperanza; haz que yo pueda permanecer en tú Palabra.

 

Recordemos:

“Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entenderán quién soy yo y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que digo lo que me enseñó mi Padre. El que me envió está conmigo, y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que a Él le agrada”.

Actuemos:

Dedicaré un poco tiempo para leer una, dos o tres veces éste Evangelio hasta sentir que la voz del Señor hace eco en mi corazón. Hoy daré gracias porque en lo profundo de mi ser, siento que Dios perdonó mi pecado.   

Profundicemos:

“Estas son las dos alas de la oración con las que se vuela hacia Dios: perdonar al culpable su delito y dar al necesitado” San Agustín.       

 

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