17 de abril

“Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna” 

(Jn 6, 35-40)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

El capítulo 6 del Evangelio de san Juan que acompaña la lectura continua de la tercera semana de Pascua nos sitúa en la centralidad de la autorevelación: “Yo soy el pan de vida”. Si recordamos el contexto de la lectura, venimos del signo de la multiplicación de los panes en que la multitud había sido saciada, sin embargo, la multitud había seguido a Jesús, de ahí que la fuerza del mensaje se centra en el misterio de lo que significa el pan de vida desde la persona de Jesús: “El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”. El evangelista se ha encargado de situar el camino del discipulado, se trata de una relación vital que va más allá del hecho circunstancial de tener el pan, por eso la multitud le sigue porque el pan de su Palabra, el pan de su testimonio, el pan de su verdad es mucho más que un pan.

Sin embargo, la Palabra hace evidente una realidad que al discípulo le puede parecer obvia por tener el pan y Jesús la afirma diciendo: “Me han visto y no creen”. Junto al milagro del pan, a la certeza de no tener hambre y no experimentar la sed es preciso creer para que el milagro acontezca en la persona, haga experiencia viva de lo que sus ojos ven, sus oídos escuchan, incluso su paladar gusta y sabe. Así es el camino del discipulado, una experiencia larga y constante, que viene tejida en la percepción de la luz, pero a la vez en la condición de la noche y que solo es sostenida en la gracia de un pan que sacia todo hambre. San Juan hace evidente una experiencia fundamental que sostiene al discípulo y es precisamente la profundidad de relación que el Padre ha tejido con el Hijo: “Todo lo que me da el Padre vendrá a mí”, de ahí, se entiende porque la multitud sintiéndose saciada lo sigue y lo busca en la mañana, porque lo vital no es circunstancial, es de siempre.

 

Reflexionemos: El pan de la Eucaristía, signo sacramental del “Yo soy el pan de vida”, hoy entre nosotros y con nosotros, ¿es para mí una experiencia de alimento ocasional o es el alimento que siempre busco para no tener hambre en mi vida espiritual?

 

Oremos: Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida, gracias por ser tú para mí el “pan de vida”. Que la gracia del don, especialmente en la Eucaristía, reavive siempre mi fe en ti. Amén.

 

Actuemos: Si la Eucaristía es el signo del pan de vida, ¿cómo la vivo y celebro en mi comunidad?, ¿así como el pan físico es diario y constante lo es la Eucaristía para mí?

 

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