“Yo soy el pan que da la vida” (Jn 6, 48)
En el evangelio de este XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Jesús es duramente criticado por los judíos de Cafarnaún por declararse a sí mismo como el pan vivo bajado del cielo. Imagen que despierta gran controversia, por la vinculación que él establece con Dios, pero quienes conocen de cerca su procedencia terrena se niegan a aceptar: “¿Este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros sabemos quiénes son su padre y su madre. ¿Cómo dice ahora que bajó del cielo?”. Controversia que aumenta mucho más al afirmar que solo él, ha visto el Padre y sus enseñanzas son el pan verdadero que no deja morir a quien lo coma: “Sus antepasados comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron. El pan que baja del cielo es el que no deja morir al que lo come”. Un pan que se ofrece a través de su cuerpo y su entrega amorosa en la cruz por la humanidad: “El pan que voy a dar es mi carne, para la vida del mundo”. Pidamos al Señor en este día, la gracia de poder reconocer en la Palabra y la Eucaristía, el pan verdadero que alimenta nuestra vida y nos une cada vez más a Dios. Un pan que nos llama también a ser como él, alimento para los demás.
Reflexionemos:
¿Reconocemos a Jesús como el pan vivo bajado del cielo?, ¿cómo podemos alimentar con nuestra fe la vida de quienes están a nuestro lado?
Oremos:
Aliméntanos, Señor, cada día con el pan de tu cuerpo y tu Palabra. Que alimentados por ellos, también nosotros podamos ser alimento para todos aquellos con quienes compartimos a diario nuestra existencia. Amén.
Recordemos:
Jesús nos alimenta cada día en su Palabra y en la Eucaristía.
Actuemos:
Participemos este día con gran fe, devoción y alegría de la santa misa. Que al comulgar podamos experimentar como Jesús nos fortalece y sostiene con su gracia.
Profundicemos:
La Eucaristía es un memorial que revive en nosotros la entrega de Jesús en su cuerpo y su sangre. Memorial que alimenta nuestra fe y nos mueve a darnos también a los demás (Libro: Eucaristía. Pan para la vida del mundo).
